Inseparables



Las llamas de las tres hogueras dispuestas en perfecta simetría alrededor del cerro teñían de naranja rojizo el lienzo de nieve cercano a ellas. Su padre y su tío habían construido la cabaña hacía más de cuarenta años sobre ese montículo de granito que se elevaba una treintena de metros sobre el llano. En esa modesta construcción de piedra, madera y cristal habitaban los recuerdos de todas sus vacaciones desde que tenía memoria.

Desde la altura del cerro, Pablo podía adivinar los movimientos de los hombres que irían a por él. Especulaba que cada grupo estaría compuesto al menos por diez. Aunque su puntería fuera perfecta, las balas no alcanzarían para todos. No había salida.

Hacía varias horas que las leñas del hogar de piedra se habían convertido en frágiles cenizas. La suave calidez de la cabaña había dado paso a un frío que penetraba los huesos. Fuera, a un costado de la pared sur, estaban acumulados una docena de troncos de quebracho colorado que rápidamente podrían haber devuelto unos cuantos grados al recinto, sin embargo él prefería el frío porque lo mantenía alerta.

Chin, su mejor amigo, permanecía echado sobre una vieja alfombra cerca del hogar. A horas de su propia muerte, lo que más le preocupaba era el futuro del perro. Lo consoló la idea que Chin no era consciente del futuro inmediato. La gloriosa inconsciencia de los animales. La penúltima bala sería para Chin y la última para él, pensó, pero las anteriores terminarían en el cuerpo de esos vándalos. “No nos vamos a ir solos, querido Chin”, se envalentonó Pablo. La respuesta de Chin se materializó en un leve movimiento de su peluda cola, el resto de su cuerpo siguió adherido a la alfombra.

Pablo se preguntó si el tránsito hacia la otra vida sería a través de un túnel de luz como algunas veces había escuchado. Si así fuera Chin y él irían uno junto al otro, inseparables como siempre. Imaginaba que Dios los recibiría y Chin saltaría sobre el Salvador para mostrarle su cariño tal cual lo hacía con todas las demás personas.

Una bala hizo estallar el cristal de una de las ventanas y se incrustó contra el techo. El ataque había comenzado. Cientos de disparos siguieron a ese. Los tiros provenían de todas partes. El cerro no había presentado dificultad alguna para combatientes entrenados. Pablo no podía siquiera asomar la cabeza sin que una bala la atravesara. Sin verlos sabía que los enemigos ya estarían a unos pocos metros. Todo había sido mucho más rápido que lo que él había previsto, ni siquiera habían esperado el amanecer. Un cóctel Molotov se estrelló contra el piso y todo comenzó a arder. Era el final. Chin ladraba frenéticamente. Pablo lo tomó entre sus brazos y apretó el gatillo. Chin dejó de respirar. Pablo disparó otra vez.

Todo era silencio y paz. El pelo de Chin brillaba como nunca antes. Jamás se había sentido mejor. Al final del túnel una luz los atraía. Los dos amigos caminaron tranquilamente hacia ella. Inseparables.


Comentarios

  1. No sé cómo lo haces...pero siempre algún relato tuyo me hace saltar las lágrimas...

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  2. Me encanto volver a leerte.

    Besos.

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