Volver al pasado


¿Quién no ha querido alguna vez hacer volver el tiempo atrás? Yo fantaseo muchas veces con esa idea, pero soy demasiado realista como para poder disfrutar de ella por algo más de algunos segundos. Envidio a quienes pueden abandonarse a pensamientos placenteros pero para mí es imposible.

A veces quisiera volver a mi niñez y disfrutar una tarde con mis padres cuando aún eran jóvenes. Verlos hablar y planear, aunque no sé que tanto hablaban y qué tanto planeaban. Los matrimonios de antes eran distintos. A mi padre no le preocupaba el futuro, podría decir que era un optimista pero sería más veraz decir que tenía una saludable inconsciencia. Mi madre era casi su antítesis, ella siempre estaba preocupada por algo. Recuerdo con cariño a su amiga Carmen que fue muchas veces su paño de lágrimas. La señora Carmen. Tan señora, tan elegante a pesar de su edad y de sus muchos kilos de más. Era una de esas personas que se mantendrían dignas y espléndidas aún estando en la miseria. Tranquila, pausada, debería haber sido la abuela ideal. En verdad sé casi nada de su vida, sólo que tenía dos hijos mayores, que creo no eran sus hijos biológicos. No me acuerdo bien, pero me parece que ella se había casado con el esposo de su hermana fallecida. Esas historias raras de familia. Imagino que en aquellos años debió ser escandalosa. La conocí como la señora de Ginebra, porque vivía en una callajuela del barrio de Parque Chaz que llevaba el nombre de esa ciudad. No sé si era modista como mi mamá. Siempre hablaba de su hijo Nito. Espero que la hayan cuidado como se merecía pero no podría afirmar eso. Sus últimos años los pasó en un departamento que le alquilaba a mi tío Francisco a veinte metros del nuestro. Supongo que mi madre habrá recorrido miles de veces el pasillo que separaba ambas viviendas. Mi mamá necesitaba contar sus penas y la señora de Ginebra debió ser la mejor confidente.



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